Las profundas transformaciones por las que pasó la humanidad, en lo que dice respecto a sus estructuras sociopolíticas en los últimos dos decenios hasta llegar a la actual configuración, tiene como sus más directos precedentes el orden que sucedió a la Segunda Guerra Mundial. La catástrofe ocasionada por la guerra resultó fundamental para propiciar un profundo cambio que conduciría a una de las características más evidentes de la globalización: el alzamiento de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial. La bipolarización, que constituyó el fenómeno más ilustrativo del período de la posguerra, fue consecuencia del gran debilitamiento de las antiguas potencias europeas y el surgimiento de los nuevos centros de decisión y poder mundial - Estados Unidos y URSS. Estos dos grandes centros de poder, con sus visiones antagónicas de la sociedad y con pretensiones políticas-ideológicas opuestas serían, desde entonces, los principales protagonistas políticos de los acontecimientos históricos en los cuarenta y cinco años siguientes a la posguerra. Sus decisiones y el equilibrio de fuerzas que tenían, fueron determinantes en la constitución del orden político mundial en estos años.
En las Conferencias de Yalta y sobre todo de Potsdam, ambas en 1945, Stálin, Churchill y Roosevelt diseñaron el nuevo mapa europeo, consagrando los espacios de dominación americano y soviético. Después de la Segunda Guerra Mundial, con la creación de la Organización de las Naciones Unidas - en cambio de la fracasada Liga de las Naciones, se comienza a promover y a aceptar ampliamente un nuevo modelo de derecho y accountability internacional. La regulación internacional proyectada por la carta de la ONU estaba protagonizada por Estados soberanos, reunidos en una miríada de relaciones, conminados a resolver sus desacuerdos por medios pacíficos en la arena política y conforme a criterios legales. En principio estaban sujetos a severas restricciones al uso de la fuerza y constreñidos a observar nuevas normas a fin de respetar ciudadanos extranjeros cuando en su territorio o a los propios nacionales. Pero cada país interiorizaba esas reglas a su manera y la nueva relación de fuerza entre esas naciones surgidas del escenario de la posguerra terminó por ser contemplada en la configuración de la ONU.
Dado el fracaso de la antigua Liga de las Naciones, la arquitectura de esta nueva institución fue hecha para emplazar la estructura de poder internacional emergente. La división del globo según la influencia de poderosos Estados-naciones, con diferentes conjuntos de intereses geopolíticos, fue reflejada en la concepción de la Carta da ONU. En consecuencia, esta institución fue prácticamente inmovilizada como actor autónomo en varias cuestiones premiantes. Una muestra obvia de esas diferencias es la constitución del Consejo de Seguridad de la ONU. Además de la prominencia económica y/o militar de las naciones hegemónicas - que se traducía, naturalmente en otras formas de poder, el status político privilegiado añadía autoridad y la legitimidad necesaria a cada uno de los Estados más importantes.
Con el establecimiento de un nuevo orden, legitimado por una nueva y más fuerte institución política mundial, comienza la primera "demarcación" de las zonas de influencia en el escenario bipolar. Las áreas ocupadas inicialmente por las tropas soviéticas en el Este se volvieron socialistas con el determinante apoyo a los partidos comunistas y grupos de izquierda locales al establecimiento de nuevos gobiernos. La presencia soviética luego se mostraría efectiva y continua bajo su influencia política y ayuda económica y siendo la garantizadora del proceso de planificación de la economía y de la implantación del ideario comunista en estos países. Los Estados Unidos, a su vez, pasan a ser el exponente máximo del mundo capitalista y consolida su hegemonía sobre los países industrializados, y sobre todo, ante las destrozadas ex potencias de la Europa Occidental.
La busca de ampliación de las respectivas zonas de influencia por el resto del mundo condujo a un continuo deterioro en las relaciones de los dos países. La formación de una amplia y rígida red de seguridad con la consecución de las alianzas militares como la Organización del Tratado del Atlántico Norte o el Pacto de Varsovia además de otros pactos y acuerdos bilaterales y multilaterales de defensa regional es la materialización de la Guerra Fría. Ese conflicto indirecto, tenso y no declarado entre las dos potencias se expandió por todo el globo. Las guerras de las Coreas, de Vietnam, de Afganistán y la crisis de los mísiles en Cuba son ejemplos históricos de espinosos momentos por los cuales pasó la humanidad en esos años.
Ese equilibrio entre las dos potencias se fundamentó, sobre todo, en el poderío nuclear, el dominio de tecnología militar de destrucción masiva, sustentándose, por lo tanto, en la idea de la mutua destrucción de los contendientes en el caso de un eventual conflicto bélico entre ambos. La capacidad de destrucción recíproca comportó la dualidad política de la no confrontación directa - que por sus probables consecuencias sería suicida. El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger expresó lo que significaba la Guerra Fría en su auge.
Hubo una interacción entre los intereses de las grandes potencias, en su disputa bipolar, hacia los actores políticos menores en conflictos regionales, muchas veces de carácter étnico en este último caso, encima de todo, en las ex colonias africanas que fueron politizados en sus desiguales subsistemas regionales de poder. De esta forma, el equilibrio geopolítico internacional entre los dos polos se transformó en un ajedrez político y militar, dónde la búsqueda de aliados internacionales - aunque con importancia secundaria en el plano mundial tendía a potencializar conflictos locales y rivalidades regionales. De acuerdo con la descripción del ex secretario de la Defensa estadounidense, Robert MacNamara, bajo ese conflicto ideológico hubo 125 guerras en el Tercer Mundo, que costaron la vida de 40 millones de personas. Aun según él, en la década de 1980, los países del Tercer Mundo tuvieron gastos militares de aproximadamente doscientos mil millones de dólares anuales.
El principio del fin de esta tradicional geopolítica que regía las relaciones internacionales desde la posguerra fue señalado por la caída del muro de Berlín. Pero el sistema de economía planificada ya presentaba señales de agotamiento hacía algún tiempo. La frágil sustentación económica de la Unión Soviética y las demandas populares por la democracia, catalizadas por el gobierno Gorbachov aceleraron el proceso de superación de la Guerra Fría. La influencia de los "vientos" de la Glasnost y el nivel de desgaste en que se encontraba el sistema político-económico de la antigua Alemania Oriental en el gobierno Honecker propiciaron la posibilidad de que las protestas populares ganasen mayores dimensiones, al paso que no fuesen reprimidas por las fuerzas de seguridad interna - hecho histórico en que fue determinante la firme posición de Gorbachov, de no apoyar cualquier forma de represión violenta a la multitud.
Desde ahí la antigua división bipolar hegemónica dio espacio a un nuevo orden con nuevos actores políticos internacionales, surgiendo en el vacío dejado por la Unión Soviética, y definitivamente, después del colapso de esta en 1990. El proceso avanzó a una velocidad extraordinaria, con la manifiesta voluntad de los países de Este europeo de desmarcarse de su pasado reciente e integrarse a la comunidad internacional, saliendo del aislacionismo que permeó sus políticas externas desde los tiempos de la Guerra Fría. De esta forma nuevos foros de diálogo fueron apareciendo, así como la apertura económica, la inclusión de nuevos temas en la agenda internacional, incluyendo ya una nueva y diversa miríada de actores. Eso pasaba sin no tener más como el telón de fondo el debate ideológico comunismo-capitalismo, pero sí en un escenario de integración global en busca de la defensa de los intereses económicos singulares y/o regionales.
La consecuencia principal de ese cambio fue la formación de un nuevo orden mundial, evidenciada por el unilateralismo político-militar estadounidense, disfrazado de multilateralismo, a través de las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas - incapaz de asegurar y garantizar la paz, teniendo una actuación de carácter más legitimador (França Filho, 1998: 107). La euforia de la Posguerra Fría también estimuló la proclamación del triunfo de la economía de mercado y de la exaltación del ideario reformista neoliberal, supuestamente más ajustado a las demandas de este nuevo orden global. Otra consecuencia fue el alzamiento de nuevos liderazgos regionales, como Alemania, Japón, China - y otros países más, de acuerdo con el punto de vista - que permanecían políticamente menos activos y ahora, dentro de la realidad del predominio del poder económico sobre el ideológico-militar, alcanzaron una proyección más acentuada en el contexto internacional.
Según Giddens, en retrospectiva a lo que sucedió con la Unión Soviética, esta nación, lejos de sobrepasar a los Estados Unidos. Por otro lado en este nuevo orden, muchos nuevos problemas surgieron, como la multiplicación de los conflictos regionales, los nacionalismos latentes, los odios étnicos como en Yugoslavia - que estaban soterrados, pero vivos bajo el cemento ideológico del comunismo - y los conflictos religiosos. Las fronteras dibujadas artificialmente e impuestas por los europeos en las ex colonias de África y Asia también ahora actúan como desencadenadoras de la rivalidad, del odio y de la disputa política entre los diferentes grupos étnicos que comportan.
Este escenario de débil paz mundial y de innumerables disturbios y conflictos que permean este nuevo orden mundial parecen no solamente nutridos por el atraso económico y social - que reconocidamente potencializa los odios e incomprensiones -, pero también por las gritantes desigualdades Norte-Sur, por el abismo tecnológico y sobre todo, por la actual incapacidad global de ecuacionar esos problemas. En al actual contexto sentido, vale citar las palabras del ex secretario de Defensa estadounidense Robert Macnamara.
El nuevo orden internacional, pos Guerra Fría, aún que sea considerada "multipolar", es evidentemente marcada por el predominio hegemónico estadounidense, en que el poderío militar, con el colapso del comunismo - que proporcionó el triunfo fundamental en el front ideológico - se ha sumado al ciclo de prosperidad económica de este país. El marco de ese "nuevo" liderazgo norteamericano definitivamente se dio durante los precedentes a la guerra del Golfo, con las gestiones de Estados Unidos junto a las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad. Desde entonces, este país pasó a ser el centro del poder político y económico mundial. Como consecuencia es allí dónde se toman la mayor parte de las decisiones que afectan al resto del mundo. Esto ilustra muy bien una de las características de la globalización neoliberal, la excesiva concentración de poder económico y político en manos de pocos actores y principalmente en un país y la asimetría de la concentración espacial del mismo en pocos locales.
CRISIS DEL ESTADO NACIÓN
Las sociedades modernas enfrentan hoy la necesidad de transformar la estructura del Estado-nación debido al proceso mundial de reconversión capitalista, para lo cual se deben modificar las formas en que tanto política como economía se habían relacionado hasta ahora entre sí. Esta crisis que atraviesa hoy esta forma de estado es uno de los aspectos más difíciles que la teoría política debe resolver, ya que ha sido a partir del concepto de Nación que se constituyeron las identidades políticas en el mundo moderno, cuestión que, por el hecho de producir la integración simbólica de los sujetos, nos remite en al problema central de la legitimidad.
Desde un punto de vista teórico-conceptual, este proceso de reconversión que acelera la tendencia a la mundialización tiene como exigencia fundamental la necesidad de reelaborar determinadas nociones que, por la misma dinámica que ha adquirido la circulación de los capitales a nivel mundial, han terminado fuertemente cuestionadas, ya que se constituyen objetivamente en trabas al desarrollo capitalista actual.
Esta crisis conceptual que incluso cuestiona la misma noción de Estado nacional tal como se ha elaborado hasta ahora, y que hace perder el sentido de los hechos que nos circundan, se produce, entre otras cosas, porque "la mano de obra y los mercados forman parte de un importante proceso de globalización, al punto tal que los inversores, los empresarios, los trabajadores y los consumidores están ahora profundamente anclados en las redes de la economía mundial y, por este hecho, contribuyen a restringir el alcance nacional de las jurisdicciones políticas tradicionales.
Pero al cuestionarse de esta manera el alcance nacional de los estados se debilitó en principio el centro único simbólico de poder en referencia al cual las sociedades particulares habían articulado sus lazos sociales. Si el estado moderno se había constituido como momento de unificación de las particularidades existentes, ahora se producía un tipo de movimiento inverso que tendía a poner en evidencia las particularidades que hasta entonces habían sido al menos disimuladas por el estado. En ese contexto, una de las consecuencias más evidentes de este problema ha sido el fuerte estallido identitario que se ha producido en el mundo, y que directamente ha cuestionado fuertemente las grandes estructuras estatales tal como las hemos conocido hasta ahora, poniendo de manifiesto así la existencia de dos momentos en la conformación del sistema político.
En ese sentido, y siguiendo a LaRue podemos decir que esta "crisis del sistema político revela la unidad contradictoria de dos procesos: el de la regulación y el de la legitimación. En ese contexto, y frente a la desintegración del sistema político tal como estaba articulado, afloraron en la epidermis social una diversidad de identidades que no consiguieron encontrar, en principio, un espacio común de reconocimiento que les permitiera asegurar una mínima convivencia pacífica. Esto nos coloca frente a un doble problema teórico, ya que reactualiza tanto el problema del status de las minorías como el de la forma en que se construye el momento de unidad en el marco de la institución de la sociedad.
Por ello, si bien este estallido identitario se produce en verdad en distintos órdenes de la sociedad, tiene su aspecto más visible, y en muchos casos incluso dramático, en el renacimiento de los nacionalismos y particularismos étnicos y religiosos. Reacción a la que podemos calificar de negativa, vemos que aparece especialmente en aquellas sociedades que presentan en principio serias dificultades estructurales para afrontar el proceso de reconversión del estado y de la sociedad que impone la actual modernización capitalista. Sin embargo, esta fragmentación de identidades, que en principio es más acuciante en Europa oriental, se yergue también amenazadoramente incluso sobre aquellas otras regiones que hoy parecen a salvo de un conflicto de este tipo, ya que, en realidad, el problema tiene un aspecto más genérico: si el centro único simbólico de poder, es decir, el estado se ha debilitado, ¿cómo asegurar un momento de unidad que permita entretejer los lazos sociales que aseguren la convivencia, teniendo en cuenta que quedan todas las particularidades al desnudo.
Por eso mismo, podemos decir que este nuevo escenario que se dibuja actualmente en el mundo encierra una fuerte paradoja, ya que paralelamente a este proceso de globalización, la característica más visible del mundo actual consiste en la constitución de identidades cada vez más restringidas que se relacionan por ello mismo de manera contradictoria con esta tendencia general a la mundialización. Esta tendencia a la globalización de la economía, la política y la cultura que se desarrolla hoy en el mundo actual exige, como es lógico, transformaciones correlativas tanto en el ámbito específicamente estatal como en las formas organizativas que se habían estructurado hasta ahora como instancias de mediación entre estado y sociedad
CAMBIOS CULTURALES E IDENTIDADES COMUNITARIAS
Pertenecer a un grupo es una de las características de la identidad cultural. En ellos, lo simbólico de las relaciones atraviesa los capilares de la subjetividad hasta conformar la identidad básica de toda cultura: la identidad yo-sujeto que inicia la vinculación del sí mismo con el otro y que, a través de distintas transformaciones, va perfilando esa unidad bipartita con trazos que irán variando según sean los movimientos sociales que se realicen.
Agnes Heller analiza estas transformaciones sociales a partir de la posguerra, lo que permite comprender cómo se fueron dando distintas identidades culturales que son antecedentes y referentes de nuestra actualidad. Las llama: la generación existencialista, la alienada y la posmoderna.
Estas generaciones no compartieron el mismo discurso, sino que, por el contraio, son y fueron generadoras de nuevos significados imaginarios para las formas de vida, es decir, han generado divisiones culturales capaces de perfilar nuevas identidades a partir de la erosión de la cultura de clases.
Respecto de la generación existencialista, dice Agnes Heller, ésta alcanzó su punto álgido en 1950. Surgió enmarcada por las circunstancias de la guerra como una sublevación de la subjetividad contra la vida burguesa, sus normas y ceremonias. Su empeño era el liberarse en lo personal, pero por vía política. La generación alienada tuvo como marco el boom económico de la ideología de la abundancia que combinaba con el compromiso con el colectivismo social que generó múltiples movimientos, ya políticos y económicos, ya corrientes artísticas y conductas sexuales.
Aun así, desde el enfrentamiento contra la cultura positivista de los existencialistas hasta la generación alienada, en las sociedades opulentas existía el convencimiento de la necesidad de los valores comunitarios a pesar de las crisis históricas. Se podía volver a empezar si se vislumbraba un horizonte por construir. Se trataba de cuestionar valores inoperantes, pero no se cuestionaba la necesidad de los valores.
La actualidad, que dentro de esta caracterización responde a la generación posmoderna, sería el resultado de la desilusión de la percepción del mundo de la generación anterior. Su lectura del mundo se sintetiza en el lema "todo vale para todos", y esto, según la autora antes mencionada, es "la rebelión contra la fosilización de las culturas de clase y contra el predominio etnocéntrico de la única cultura correcta y auténtica, es decir, la herencia cultural occidental".
Encontramos, hoy, una sociedad en la que las palabras que son esenciales para pensar la problemática de los valores y de la identidad han perdido el sentido, a saber, justicia, gloria, virtud, razón, responsabilidad Vivimos, entonces, en un período sin referentes para la acción moral.
Cuando se vuelve sobre esta realidad, el hermeneuta se encuentra con que falta el discurso fundante capaz de abarcar el abanico de diferencias propio de todo imaginario social. Falta el deseo de compromiso porque es imposible reconocer a qué grupo se pertenece, en consecuencia, las instituciones pierden credibilidad y la efectividad de las normas se torna cuestionable, cuando no nula e inconcebible.
BIBLIOGRAFIA
- http://www.forum-global.de/bm/articles/inv/bipol.htm
- http://www.insumisos.com/lecturasinsumisas/LA%20CRISIS%20DEL%20ESTADO%20NACION.pdf
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- http://www.monografias.com/trabajos14/cambcult/cambcult.shtml
- http://www.google.com.mx/search?um=1&hl=es&biw=1024&bih=549&site=search&tbm=isch&sa=1&q=tribus+urbanas&aq=f&aqi=g10&aql=&oq=
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